Lo que vimos hasta ahora. En las dos primeras partes de la respuesta a esta pregunta vimos que la verdadera iglesia es la que Jesús construye. Iglesia (ekklesía = asamblea, reunión) se refiere al pueblo del Mesías congregado delante de Él en reconocimiento de su autoridad. El hombre que reconoce esa autoridad es una de las “piedras vivas” que Jesús usa en la “construcción” de su pueblo, siendo Él mismo la piedra principal. Para poder entender mejor la entrega de hoy, es aconsejable repasar las partes una y dos. Cuando Dios revela al Hijo de Dios a las personas, Jesús puede comenzar la construcción de su Iglesia.  El hecho de que una persona reconozca a Jesús como Mesías es obra de Dios. Cuando Simón Pedro confesó su fe, Jesús dijo “Dichoso, tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en el cielo” (Mateo 16.17-19) y a continuación encontramos las palabras de Jesús acerca de la construcción de su Iglesia. En otras palabras, es evidente que la Iglesia nace de la iniciativa de Dios Padre, ya que Él reveló la identidad de Jesús como Mesías a Pedro, y, como vimos, Jesús construye su Iglesia con personas como Pedro que reconocen su autoridad. Recordemos que Mateo, en su evangelio, relata primeramente un momento en que Jesús presenta un concepto y luego muestra cómo Él lo desarrolla en otra oportunidad.  Aquí encontramos otro ejemplo de esta particularidad, porque anteriormente Jesús ya había hablado de la manera en que el Padre revela su voluntad a determinadas personas: 25 En aquel tiempo Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. 26 Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad. 27 »Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo   (Mateo 11.25-27) ¿A quiénes revela Dios “estas cosas”?  En el 11.25 y 11.27 encontramos el mismo verbo “apokaluptō” (“revelar”) que luego se repite en el 16.17 donde Dios Padre revela la identidad del Hijo a Pedro. En el Nuevo Testamento siempre encontramos que es Dios o Jesús que “revela”. Por ejemplo, en el 11.25 vemos que es el Padre quien revela “estas cosas” a “los que son como niños” (literalmente “a los niños”); luego en el 11.27 vemos que el Hijo, por tener toda autoridad, también revela quién es a estas personas. La “revelación” acerca de “estas cosas” es a los “niños” (11.25) es decir, aquellos que reconocen su necesidad espiritual, y están dispuestos a depender de lo que Dios revela en la persona de Jesús. Pedro, en sus mejores momentos, es uno de los que son como “niños”, a quienes Dios revela (16.17), que Jesús es su Hijo el Mesías. En cambio, los “niños” no son los espiritualmente autosuficientes que rechazan depender de Jesús por ser “sabios e instruidos” (11.25). ¿Quiénes son estos supuestos “sabios”? “Sabios y entendidos” a quienes Dios no se revela. Podemos deducir el significado de este término del contexto inmediato. Justamente en el párrafo anterior Jesús deploró la situación de las ciudades donde, a pesar de haber visto los milagros que hizo, no se arrepintieron (11.20-24).  Cambiar de corazón y depender de Jesús como un niño, no es sólo una cuestión de estar frente a clara evidencia acerca de Quién es (Él). Se trata de una toma de decisión. En las ciudades nombradas presenciaron pruebas milagrosas pero a pesar de esto, sencillamente no quisieron cambiar. Prefirieron mantenerse “sabios y entendidos” a su manera. Jesús advirtió que para los habitantes de estas ciudades el día del juicio sería terrible. ¿Nuestra responsabilidad o la elección de Dios? Podemos apreciar en el caso de estas ciudades un ejemplo de la responsabilidad humana ante el hecho de Jesús. Sin embargo, en el párrafo siguiente vemos la soberanía de Dios, quien revela su voluntad a quienes Él determine. En las Escrituras encontramos esta paradoja: por un lado somos responsables de nuestra manera de responder ante lo realidad de Jesús; por otro, Dios elige a quienes revelar la identidad de su Hijo. Estas dos verdades aparecen juntas aquí: por una parte nuestra responsabilidad, y por otra, la soberanía de Dios para elegir. ¿Cómo se resuelve esta dicotomía? Es que Dios elige revelarse a los que están dispuestos a ser como niños: por su estado de dependencia espiritual están dispuestos a confiar en la autoridad de Jesús. Si no abandonamos nuestra autosuficiencia con respecto a Dios, no reconoceremos la autoridad del Mesías. Dios no va a revelarla a nosotros.  Volverse como niños es una condición para confiar en el Rey Humiilde, el Mesías, e ingresar en su reino, la Iglesia (Mateo 18.1-3, Juan 3.3-5). Y a estas personas Dios revela quién es Jesús y el Hijo les extiende una invitación, la que encontramos en los versículos siguientes: 28 »Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. 29 Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. 30 Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.» (Mateo 11.28-30) Estas son las personas que aprenden de Jesús. Son sus discípulos, las “piedras vivas” que Él usa para construir su iglesia, su pueblo. Sobre estas personas veremos más en nuestra próxima entrega acerca de la iglesia verdadera.

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